lunes, 25 de enero de 2010

Pecado


Beatriz había llegado temprano con su apuro de siempre. El lugar aun estaba en silencio, sólo con el trino breve de algun zorzal entre los árboles, y aprovechó para quedarse un momento disfrutando de la luz que entraba por los altos ventanales iluminando las minúsculas partículas de polvo, y que era la visión mas gozosa de cada día.
Un leve suspiro, y de vuelta al apuro. Del antiguo ropero sacó la pesada casulla blanca bordada en oro y la sostuvo un instante como si la abrazara; la dejó luego donde debía y fue en busca de la prenda blanca, perfecta y delicadamente planchada por Sor Cruz, una monja anciana que hacía esa tarea desde antes que ella naciera. Sus dedos recorrieron la tela delicada y las finas vainillas que reemplazaban las costuras. La apoyó cuidadosamente sobre la casulla, sin poder evitar oler el perfume del sol en sus pliegues.
Otro leve suspiro, y del pesado cajón de una especie de cómoda enteramente tallada, fue sacando en el acostumbrado orden de tantos años, la estola, el palio y el cordón dorado para la cintura, del que nunca aprendería el nombre y los dejó a un costado de las otras prendas, sobre la bella mesa lustrada. Dudó un instante al respecto de la mitra y el báculo, pero luego los acercó con una sonrisa.
Monseñor celebraba su cumpleaños y a ella le gustaría verlo con esas galas.
Con ese pensamiento dió un respingo y se pasó una mano por la frente, mientras la otra "tocaba" apenas su corazón sobresaltado. Ruborizada y con un sudor apenas notable por debajo del rebelde mechón que adornaba su frente, dió la espalda al gran crucifijo y a la suave imagen de María, casi dorada ahora por la luz del vitreaux de esa pequeña ventana de la ochava.
Cuando iba a examinar que todo estuviera bien, escuchó la voz de Monseñor.
-Buenos días, Beatriz- y sonriendo con ironía: Ya has aprontado mi traje, claro.
Se miraron con el gesto de la cotidianeidad, pero se colgaron de sus ojos con el gesto del deseo contenido.
-Feliz cumpleaños, Monseñor. Se lo ve muy bien esta mañana- rematando con una tímida sonrisa.
-Gracias, querida. Vamos a lo nuestro- dijo serio, con un casi imperceptible temblor en la voz.
Con la elegancia grácil que caracterizaba sus movimientos, vistió el alba que Beatriz le alcanzó presurosa. Luego le alcanzó el "cinturón" y el rió quedo, como siempre: "cíngulo, Beatriz, algún día aprenderás?", mientras la mujer, con una carcajadita silenciosa, alisaba un pliegue de la tela sobre el hombro, pasando suavemente su mano que recorrió lentamente el antebrazo.
Luego, fueron la estola y el palio, que le dejó a ella para que se los calzara y él pudiera rozar, como en un equívoco movimiento, los costados de su cintura.
El obispo tomó finalmente la mitra y se volvió para mirarla con una comisura levemente alzada: "Ya es la hora?"
"Faltan cinco minutos" contestó urgida y silabeante Beatriz.
El sacerdote se calzó el tocado con gesto adusto y alzó hacia ella su mano izquierda. Su bella mano izquierda adornada con el magnífico anillo pastoral.
Y Beatriz, que hasta ese momento había suspendido su pensamiento y su memoria, tomó entre sus manos la bella mano izquierda de Monseñor y comenzó a besar y luego a lamer lentamente el anillo y las junturas de sus dedos y la suave palma, mientras el hombre luego de una minúscula duda, acercó su bella mano derecha a la blusa de seda y con inevitables gemidos de gozo, inició un erótico dibujo sobre los jóvenes pechos y delineó uno despues de otro los erectos pezones, recibiendo ambos el apretado abrazo y los húmedos besos que llegaron incontenibles; insoslayables.
Y cuando se miraron, ambos tenían en la mirada tan intensa, en los labios húmedos y en la respiración sibilante, cada beso mordido como a una fruta, cada caricia como rastro de fuego en la piel, cada abrazo curador del miedo al divino castigo, cada callado alarido orgásmico que los instaló en el avieso, tortuoso y dorado mundo de los pecadores, la noche anterior.


viernes, 22 de enero de 2010

feliz cumpleaños, compañero de mi alma, querido amante




nos gusta
besarnos como náufragos
en los marcos de las puertas.
......................................
cuando la realidad
sea
un terremoto arrasador
el marco y la puerta quedarán en pie.
y entonces, nuetros besos




desde que nos encontramos
los intersticios son
el hallazgo de otra magia
el color de la aventura
la certera muerte de la rutina.

el juego del amor
perfuma las sábanas
con risas y gozos
suspiros y jazmines.

los domingos dicen
un canto a los tres mejores
pecados capitales:
lujuria pereza y gula
y la magnifica elección
de ese edénico infierno
si al infierno nos llevaran.

y cada día, daniel
ese abrazo
entero que nos damos
nuestras voces entrelazadas
como nuestras piernas
acompañarnos en el pan
y en el hambre
sostenernos el equilibrio
en las cornisas
y en el vuelo.

y quedarme a tu lado
con el alma
cuando no puedo
quedarme con el cuerpo.

y los marcos de las puertas
cobijando nuestros besos.


buena aventura
y buena vida
querido amante
compañero de mi alma.

lunes, 18 de enero de 2010

aplausos y abrazos para ella




Loca de alegrìa, traigo a este blog
la sensualidad de Cecy,
abrazándola especialmente,
por el camino andado. 






CUANDO ESCRIBO

Te pienso…

 Me siento aire que atrapa el calor.

Como remolino busco el fuego
su esplendor me hipnotiza.
Y me gusta desafiarlo.


Me siento aire en aguas mansas.

Como maremoto me agito inquieta
hasta seducirlas de tal manera
que me regalan las olas más bellas.


Me siento aire en la tierra.


Como terremoto sacudo con fuerza.
En mi propio núcleo busco
sacar desde la raíz las palabras.


Me siento aire, fuego, agua, tierra.

Y mi cielo es un destello apasionado.


Cuando escribo y te pienso...


Publicado por Cecy en su blog gotas de lluvia sobre mi piel

jueves, 7 de enero de 2010

ustedes y yo












me tentó esta magia
esta loca libertad
de andar
sin elegir dónde llegar
mirando todas las lunas
que abrazara
mi mirada
equilibrista en las cornisas
de la sensualidad.

y entonces
a mis dedos les crecieron alas
y mis ojos fueron umbrales
de infinitas puertas
mi alma
fue buscadora de alfeizares
donde anidar las palabras
que se iban de mi como pájaros.

y acá
estaban todos ustedes
soplándome
los párpados dormidos
despertando mi loca fantasía
coloreándomes los sueños.

y conmigo
el amor y la brisa de la vida!

celebro hoy
los trescientos sesenta y cinco días

aplausos y abrazos
para cada uno
de todos ustedes
compañeros de la magia

que me cuidaron las alas
y me alimentaron la alegría.




miércoles, 6 de enero de 2010

el amante de todas ellas



historia casi de ficción, personajes y nombres reales.
Virginia había andado ese día tristona y un poco desaliñada. Enfurruñada. Con la mirada huidiza y las manos débiles.
Jorge y las hijas la miraban en silencio.
Las noticias no eran buenas; dos intervenciones en un cuerpo cansado de resistir, eran muy malas noticias en realidad.
Al mediodía casi no almorzó lo que había cocinado sin ganas y, con el pretexto de no sentirse bien, se recostó un poco en una siesta de llanto silencioso y desconsolado.
Jorge, en simulacro de una serenidad que estaba lejos de sentir,fue a trabajar casi como si su mujer estuviera como siempre. Las hijas también hicieron sus cosas de siempre.
Y es que nada cambiaría la tristeza de Virginia, que había apagado el televisor y no quería escuchar la radio por miedo. Por miedo a un vacío desconocido que le provocaba náuseas.
A ratos pensaba en Olga, pobre. Qué dolor estaría sintiendo, aunque ella no sabía si era lo mismo.
Como una sonámbula llegó hasta el atardecer y como sin darse cuenta, se puso a preparar la cena.
A las ocho y media llegó Jorge. Le dio un beso como siempre y un abrazo un poco mas largo, mas apretado. Ella lo agradeció con una especie de quejido porque amaba a su marido y le hubiera gustado no sentirse así; pero no podía con su alma.
El hombre dejó las llaves en el lugar de costumbre, se quejó del calor, pero no intentó ninguna conversación. Virginia no podría sostenerla y la amaba así también, con ese extraño dolor a cuestas que la enajenaba de él.
Así que, mejor, encendió el televisor en el canal de noticias, como todos los días. Y de pronto, la pantalla se llenó con dos palabras enormes y la voz del locutor se exaltó con la primicia, sin que él atinara a bajar el volumen.
“MURIO SANDRO”
Desde la cocina llegó un sollozo parecido a la voz de un animal herido.
"No, no, no, no!!!” lloraba Virginia cuando Jorge corrió a abrazarla. Transitaba un llanto de mujer enamorada, de niña sin muñeca, de primer amor roto, de viuda solitaria.
Se agarró de su camisa como una loca, con la mirada perdida: tal vez iba despidiéndose de ese sentimiento especial que despertaba “ese” hombre en ella y del ensueño que la acompañaba desde la adolescencia.
Eso pensó Jorge: de cuánto de su alma debería despedirse Virginia desde ahora y de pronto lloró un poco él también.
Tantos años de hacer como que no le importaba, de sentirse excluído de sus sentires cuando de ese hombre se trataba. De adivinar diferentes razones para ese amor que había acompañado desde que se conocieron con Virginia. Y ahora, cómo sería ahora?
Puso la mente en blanco y se ocupó de abrazar a su mujer, que sentía ese dolor tan inmenso; ya llegaría el tiempo de hacer amigable el fantasma. Ahora era tiempo de sostener el alma de su mujer escurriéndose en ese llanto que la desvencijaba.
Cuando al rato sonó el teléfono, solo atinó a disculparse y explicar, mientras Virginia se ovillaba entre sus brazos:
- Ah, María. Murió Sandro, si. Gracias por llamar. No, María. No creo que te pueda atender. Mi pobre querida ha enviudado de su fantasía.
Y volvió a acompañarla llorando en silencio. Esta vez, por él mismo.



Nota de la Autora: SANDRO comenzó su carrera artística cuando eramos apenas adolescentes y siempre fue fiel a las mujeres de mi generación. Cantó, bailó, actuó y guiñó especialmente para nosotras. Yo no era de la corte de sus "nenas", ni siquiera me gustaba del todo, pero a la hora de los lentos... mmm! Por eso,  lo reconozco como un símbolo sensual y amoroso para todas esas minas casadas, solteras, divorciadas, viudas, abuelas y madres que lo amaron mas allá de cualquier explicaciòn. Eran sus "Nenas". Este es el llamado que no le hice a Virginia, solo porque no hubiera sabido qué decirle.