jueves, 23 de marzo de 2017

jueves: círculos viciosos

descirculada

mis pasos andaban en el círculo
de las sombras que te circundan,
de las luces de tus ojos y tu risa.
seguían por atajos circulares
los senderos circulares de tu vida.

mi boca rodeaba tus labios
 y la redonda yema de tus dedos
dejando huellas circulares
en el bello hueco de tu ombligo
en la búsqueda circular de tu deseo.

en tanto que tu sino, inusitado,
rompía cada uno de los círculos:
ése, el del apretado abrazo,
el de los besos del encuentro,
ésos que buscaban los deseos
y los que mis pasos dibujaban
en el fino alrededor de tus acasos.

ahora estoy acá, descirculada
mirando tu andar desordenado
resbalando en líneas paralelas.
mi corazón libre, desolado.
mi alma llora, loca y liberada.

más círculos viciosos 



martes, 21 de marzo de 2017

un jueves de luto


Se encontraron como todos los jueves, en esa cafetería mal servida y mal iluminada, tan propicia para encuentros como el de ellos.
Se miraron como sorprendidos de la distancia de sus manos, siempre ardorosas y necesitadas de enredarse anticipando el encuentro de los cuerpos. Esta vez, no. Ninguno de los dos fue corriendo la vajilla para dejar libre el camino a sus manos. Ella doblaba y desdoblaba el sobrecito vacío del azúcar y él cruzaba las manos en actitud retraída como en cita de negocios. Tampoco sus miradas se abrieron hacia el encuentro.
Al principio hablaron de trivialidades, eludiendo las palabras que se decían siempre. Pero no pudieron con la infinita tristeza que les apretaba el alma a los dos, como les sucedían todas las cosas, así: de a dos; durante todo el tiempo de aquellos quince años.
Inés lo miró, al fin buscando su mirada:
-Quince jueves desde aquel jueves en que nos quedamos viudos, José. No puedo dejar de contarlos.
Y volvieron a mirarse, como se miraron aquel jueves en que él llegó con esa especie de condena pesándole en los hombros. “Susana se murió esta mañana”. Y se abrazaron como huérfanos, como en el final de algo, como víctimas finales de algo que nunca habían deseado.
Desde ese día, se desearon menos, sin ninguna explicación. Necesitaron de menos llamadas porque sí; se espaciaron los mensajes en el whatsapp, que tanto los divertían. Y los jueves dejaron de ser el domingo luminoso de charlas divertidas y sexo celebratorio de cada semana.
Hasta este jueves que los dos supieron apenas mirarse que iba a ser el último. Se lo habían prometido al principio del amor sin remedio: “Cuando no sea maravilloso, que no sea nada.”
Y hacia quince jueves que la muerte de Susana, como nunca lo hizo su vida, les suspendía el deseo y los regodeaba en la melancolía de un inesperado aburrimiento.
Cuando Inés sintió que iba a empezar a llorar como una niña, dijo un desesperado: “Tengo que irme!”
Se abrazaron esta vez como náufragos de su tormenta perfecta. Y se dijeron al unísono, como le sucedían todas las cosas: “Maravilloso o nada.”

Inés corrió a llorar en un taxi. José caminó como un ciego hasta su auto.


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n/a: aunque he llegado tarde a la cita hay otros lutos en lo de Pikxi




viernes, 10 de marzo de 2017

Bon apetit! para los jueves


Desde hace ya un cuánto tiempo, desde el día siguiente a aquel bello encuentro de blogueras en mi linda Buenos Aires, mi desayuno siempre tiene el mismo ritual: esa taza que ella nos trajo desde su paisito y que siempre contiene el café con leche despertador de mis mañanas; el té perfumado que me traen los amigos de esos lugares donde el té es un compendio de aromas y que me ayuda a reunir las musas; el tranquilo café con leche de mis meriendas y el acompañante café de mis noches de pensar, de sentir sentires diversos, de gozar el silencio poblado de las madrugadas.
Y siempre con mi taza, el recuerdo de Vivian, de Cass, la encantadora geminiana de Uruguay, que mi corazón, mi alma y mi memoria guardan, iluminado.

BON APETIT! para alimentar mi memoria, mi alma y mi corazón!

                                                      manjares en casa de NIEVES

sábado, 4 de marzo de 2017

tu mirada

no sé cómo decirlo
sin que parezca impudicia
pero me ha nacido el deseo
de hacerle el amor a tu mirada.
tocar alguna fibra
que te entorne los párpados
besarlos suavemente
para conjurar el olvido
y luego con la yema de mis dedos
acariciar tus pestañas suaves
con aleteo de mariposas.
con la punta de mi lengua
libar tu lagrimal, la delicia
de la sal de escondidos llantos
de enloquecidas risas.
y cuando yo viera tus ojos abiertos
desnudaría mis ojos solitarios
recostándolos sobre tu mirada.
después, mi boca almibarada
el latido apasionado de mi pulso

el orgásmico suspiro de mi alma.



jueves, 2 de marzo de 2017

relato de jueves: la ventana indiscreta



A ella le gusta sentarse, en silencio, un poco lejos de la gran ventana que separa los ambientes para no incomodar a su Señora. Pero tiene un tácito permiso para permanecer allí y ella espera con ansias el momento de la media mañana, cuando comienza la mayor claridad, en que llega el Maestro.
Antes ha ayudado a vestir a Lisa y la ha peinado cubriendo apenas su cabello con aquel velo color humo y su bonete. Desde que ha comenzado con aquella especie de ceremonia, Rosetta ha notado que la Señora se perfuma con Acqua de Giglio que su hermana le había regalado y guardaba sin usar. Ya ha renovado tres botellas del perfume.
Ahora, tras cruzar la calle que separa las dos casas, ha llegado el Maestro con su caja de pinturas, su gesto firme y su apostura. El atril cubierto con un lienzo permanece en un rincón de la pequeña sala contigua al gran comedor -donde se instala Rosetta- y es el lugar más luminoso de la casa.
Lisa lo espera como cada día, desde un rato antes, con la espalda erguida y la mirada alerta. Se saludan con apenas un gesto de la cabeza y es cuando Rosetta se cautiva con ese ritual de deseos escondidos que sucede tras la gran ventana y del que ella es espectadora de privilegio: su condición de criada la vuelve invisible.
Con el fondo musical que dan los arpegios del arpa que el joven paje ejecuta para ellos con manos angelicales, el Pintor apronta sus menesteres, mientras la pequeña sonrisa, con comisuras de niña y labios de cortesana, se instala en el rostro de Mona Lisa, cuyo cuerpo conserva aún el misterioso vestigio de la reciente maternidad, al igual que su mirada.
Los ojos del Artista la recorren lenta, largamente y Rosetta sabe que él ama a aquella mujer. Lo sabe cuando lo ve rozar apenas su cara para corregir la inclinación del rostro y ve a su Señora poner una mano sobre la otra, con una caricia contenida que ahí ha de quedar. Ella siente cómo, entre las notas del arpa, se enreda el inquieto deseo de la madurez con el suave deseo de lo impensado.
Se lo confirma todo ese largo tiempo que se sucede sin que el Maestro se inquiete por su obra inacabada, sin que la Mona Lisa se incomode con aquellas horas de quietud. Que él tenga cada vez la mirada más ardiente y la joven cada vez más misterio en la sonrisa.
Es un indiscreto escenario aquella ventana.  

otras ventanas en casa de Alfredo

p/d: disculpen ustedes esta licencia.
imagen tomada de internet.