martes, 14 de diciembre de 2010

debe ser diciembre



Ella había cumplido cincuenta años con un alma como de treinta y cinco, así que andaba por la vida buscando aventuras sin atajos, con la mirada bien dispuesta y una alegría de vivir indecorosa.
Había conocido al Capitán un poco antes y se había enamorado de él como ella se enamoraba: en forma instantánea y nunca para siempre. Él era, entonces, un hombre alto, cálido, simple, de físico armonioso, con mirada y besos de marinero, que la llamaba "Bombón", seguramente para no superponer otros nombres. Pero a ella le gustaba, igual que le gustaba que fuera Capitán de barcos en ríos de gran calado, porque el mar le provocaba nauseas sin remedio. Ella era un río de gran calado que nunca sería mar. Eso los acercaba, mas que ninguna otra cosa.

Un día, sin más, la vida le plantó un parate y supo de un tirón cómo eran un dolor físico sin límites, el miedo a la muerte y la impiedad de una enfermedad larga e invalidante. 
Entonces, casi se murió de tristeza, de desventura, de ojos sin mirada y de indecorosas ganas de vivir. Sólo se sonreía un poco, cuando alguien le hacía notar que bajo ese camisón de enferma (aunque los bordados y puntillas) se le entreveía un sutien rojo, de encaje. "Es lo único que me queda de la fiesta", solía explicar con su antigua ironía.

Cuando a la vuelta de un viaje él supo que ella estaba asi, con el cuerpo postrado y el alma oscurecida, la llamó una tarde de sábado y le dijo: "Bombón, tengo ganas de hacerle de acompañante. Dígale a todos que esta tarde tienen tiempo libre! Y usted, póngase linda." Ella, lloró un ratito. Se higienizó con cuidado y pidió que le alcanzaran el sutien rojo y su perfume francés.

Llegó puntual, con flores y bombones, tranquilo y formal. Y la miró como siempre; con picardía y deseo. Ella sintió en ese momento que nunca se olvidaría de él. Sólo por esa mirada, que la hizo olvidarse de ese vago aroma de su sangre que le inundaba la nariz por esos días, su pierna ínvalida, doliente, con esa terrible hinchazón, su terrible tristeza, su miedo de morirse. En el momento que se quedaron solos, la besó suave en la boca, le tocó apenas la base del cuello y espiando por debajo del camisón, susurró como una sentencia: "Ah, me estaba esperando, Bombón!", haciendo alusión al encaje rojo.

La hija había dejado preparado el mate sobre la mesa de luz con un plato con bizcochos. Naturalmente, tomaron unos mates, mientras se interesaba en su salud, su alma, su corazón. Conversaron como si nada fuera grave, como viejos amigos, que era así como siempre se sentían y así era como siempre quedaban felices de haberse encontrado y de hacer el amor así, tan profunda y sencillamente. Ella volvió a reirse después de tanto tiempo; se le despertó la mirada y hasta pudo coquetearle un poco.
Entonces, el Capitán se puso de pie, le sonrió con ternura y con voz ronca,  le anunció: "Ahora voy a hacer lo que tengo tantas ganas de hacer y a eso no podrá oponerse, Bombón. Mire qué suerte tengo!"
Ella quiso quejarse, pero él no la escuchó. "Querido Capitán!"

Ese hombre tan alto y tan simple, que era capitán en sólo en ríos de gran calado, porque el mar le producía nauseas, la fue acomodando entre abrazos para que ella pudiera recibirlo; dejó la habitación en penumbras para resguardarla de su propio pudor y casi en silencio, como un virtuoso amante, como un entrañable amigo, como un viejo compañero de aventuras, le hizo el amor un rato largo, delicioso, divertido y suave, que fue discurriendo en un abrazo que casi le devolvió todo lo que ella era.

Cuando volvieron los hijos, él se despidió con la misma naturalidad con la que había llegado. Le dió un beso en la frente, le arregló un poco el pelo y le dijo en secreto: "Nos vemos dentro de poco, Bombón. No me ande triste. Siga así de linda."
Y ella se quedó con una cosa en el alma y en el ombligo, parecida a la felicidad.
Se vieron casi nunca, después. Cada uno siguió con su vida. Pero no se olvidan. Cada tanto cruzan algun saludo, por el móvil. 

Y cuando eso sucede, ella vuelve a reirse de su apuro de aquella vez, por esconder el sutién rojo bajo la almohada, cuando los hijos vinieron a saludarla, a preguntar, a disfrutar de su asomo de alegría. Ahora mismo se acuerda de él y se le sobresalta la memoria.
Debe ser diciembre.




12 comentarios:

  1. Este es uno de los relatos más bonitos que te he leído.
    Que delicia.

    Besos.

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  2. Gracias por este regalo de navidad.

    Un abrazo!!!

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  3. Puede ser diciembre. Pero para mí que es ella , que se ríe de los tiempos y nunca se dejó regir por calendarios.

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  4. Tremenda mente sensible y bello. He disfrutado a través de estas líneas.

    Ha sido un placer aterrizar por este blog.

    Un saludo.

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  5. Y si, debe ser diciembre nomás, y su estilo enredado de jazmines, que aun cuando se terminan, dejan el perdurable aroma entre encajes y buenas sonrisas, de esas que se guardan para toda la vida.

    Bien, bien, bien por usted mi amiga! y Nos estamos viendo y mas bien por ello!

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  6. Sí, es diciembre, pero el relato es intemporal... en él hay un siempre que anida en la memoria del corazón.

    ¡¡¡Magnífico!!!

    Besos.

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  7. Que lindo leer este relato de la Dama y el Capitán. Invita a que diciembre sea de recuerdos lindos.

    Un abrazo Amigamia.

    Pd.: Y mire.... ☺ así toy.

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  8. Bombón, Reinita, Preciosa ... que importa que lo repita para no mezclar los nombres, si cuando lo dice devuelve las ganas de vivir.

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  9. ¡¡¡Oh-la-laááá, qué preciosidad!!!

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  10. Debe ser diciembre. Ese mes que se encapricha en ponernos a hacer balances… pero el balance ha dado bueno, que se fije si no en esa cosa que se le alojó cerca del ombligo.

    Un abrazo,
    D.

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