Darío era el padre más lindo de todos los padres de mis compañeras del último curso de la secundaria.
Era alto, delgado, con distinción de caballero y gracejo de atorrante.
Tenía unos ojos de cielo, muy decidores. El cabello y el bigote canosos y suaves daban un marco absolutamente adecuado a aquella sonrisa llena de mensajes.
Darío era un galán, simpático y distante. Un seductor nato del que, según lo que les estoy contando, ya todos saben que nos tenía a todas aquellas adolescentes locamente enamoradas y envidiábamos a Raquel, mi compañera y amiga por aquel padre tan glamoroso.
Porque, además, era un bailarín espléndido. Y tenía una condición que adorábamos: en cada baile en el que nos encontrábamos (esos bailes que compartíamos con los “viejos”), nos invitaba a bailar a todas!
Aunque Raquel era una de mis amigas más intimas, yo guardaba un secreto que no compartía con ella ni con ninguna: Darío era para mi como un amor prohibido. El siempre cruzaba bromas conmigo (bromas de padre de Raquel, claro, aunque yo sentía que tenía el sol en el alma) y cuando me invitaba a bailar también: me dedicaba algún piropo inocente: “bailan las flores hoy?” y yo me reía y mientras sus manos se dibujaban para todo el tiempo en mi palma y mi espalda, posaba yo apenas mis dedos en su hombro rogando que no percibiera mi ansiedad.
En nuestro Baile de Egresadas el bailó con su hija y luego conmigo un largo momento del vals. Nunca me olvidé de su mirada y su gesto. Con la ceja un poco levantada y su encantadora media sonrisa, me anunció: “Serás una linda mujer. Te extrañaremos”.
Yo me iba hacia la universidad y me llevé entre otras lejanías y mis 17 años, esas palabras que escuché como una declaración de amor.
Cuando lo volví a ver, yo era una mujer de cuarenta y pico y él un hombre de casi ochenta años.
Aun usaba aquel bigote, conservaba aquel cabello de luna y mantenía intacto el glamour. Apenas caminaba mas lento y con las manos un poco bamboleantes, como con un movimiento de indecisión. Pero sus ojos y su mirada eran iguales a como yo las recordaba.
La convencí a Raquel de ir a visitarlo. Se alegró tanto de verme y me miró con una especie de juventud escondida, que me hizo reir con timidez. Matilde ya no estaba, todos los hijos se habían casado, pero él tenía los recuerdos mejores, aquella casa amigable y sus libros. “No la paso tan mal, me contó observándome desde su sillón.
“Tuve razón: sos una linda mujer. Y te extrañamos.”
Nos miramos con Raquel y nos reímos, seguía siendo aquel galán que la disgustaba un poco.
Nos despedimos ya y nos acompañó hasta la puerta.
Yo le di un beso y le dije al oído lo que creí que ya no importaba: “Sabe, Darío? Yo siempre estuve enamorada de usted”.
Entonces, él hizo algo inesperado; me miró hondamente, como con tristeza, estiró su mano insegura hasta mi cabeza y tomando apenas un mechón de mi cabello, susurró: “Yo también, Marta, yo también”.
Pude llorar aquel adiós, sólo cuando el tren empezó el viaje de regreso.
Y aún ahora, a veces, me ronronea el alma, acariciándola.
Era alto, delgado, con distinción de caballero y gracejo de atorrante.
Tenía unos ojos de cielo, muy decidores. El cabello y el bigote canosos y suaves daban un marco absolutamente adecuado a aquella sonrisa llena de mensajes.
Darío era un galán, simpático y distante. Un seductor nato del que, según lo que les estoy contando, ya todos saben que nos tenía a todas aquellas adolescentes locamente enamoradas y envidiábamos a Raquel, mi compañera y amiga por aquel padre tan glamoroso.
Porque, además, era un bailarín espléndido. Y tenía una condición que adorábamos: en cada baile en el que nos encontrábamos (esos bailes que compartíamos con los “viejos”), nos invitaba a bailar a todas!
Aunque Raquel era una de mis amigas más intimas, yo guardaba un secreto que no compartía con ella ni con ninguna: Darío era para mi como un amor prohibido. El siempre cruzaba bromas conmigo (bromas de padre de Raquel, claro, aunque yo sentía que tenía el sol en el alma) y cuando me invitaba a bailar también: me dedicaba algún piropo inocente: “bailan las flores hoy?” y yo me reía y mientras sus manos se dibujaban para todo el tiempo en mi palma y mi espalda, posaba yo apenas mis dedos en su hombro rogando que no percibiera mi ansiedad.
En nuestro Baile de Egresadas el bailó con su hija y luego conmigo un largo momento del vals. Nunca me olvidé de su mirada y su gesto. Con la ceja un poco levantada y su encantadora media sonrisa, me anunció: “Serás una linda mujer. Te extrañaremos”.
Yo me iba hacia la universidad y me llevé entre otras lejanías y mis 17 años, esas palabras que escuché como una declaración de amor.
Cuando lo volví a ver, yo era una mujer de cuarenta y pico y él un hombre de casi ochenta años.
Aun usaba aquel bigote, conservaba aquel cabello de luna y mantenía intacto el glamour. Apenas caminaba mas lento y con las manos un poco bamboleantes, como con un movimiento de indecisión. Pero sus ojos y su mirada eran iguales a como yo las recordaba.
La convencí a Raquel de ir a visitarlo. Se alegró tanto de verme y me miró con una especie de juventud escondida, que me hizo reir con timidez. Matilde ya no estaba, todos los hijos se habían casado, pero él tenía los recuerdos mejores, aquella casa amigable y sus libros. “No la paso tan mal, me contó observándome desde su sillón.
“Tuve razón: sos una linda mujer. Y te extrañamos.”
Nos miramos con Raquel y nos reímos, seguía siendo aquel galán que la disgustaba un poco.
Nos despedimos ya y nos acompañó hasta la puerta.
Yo le di un beso y le dije al oído lo que creí que ya no importaba: “Sabe, Darío? Yo siempre estuve enamorada de usted”.
Entonces, él hizo algo inesperado; me miró hondamente, como con tristeza, estiró su mano insegura hasta mi cabeza y tomando apenas un mechón de mi cabello, susurró: “Yo también, Marta, yo también”.
Pude llorar aquel adiós, sólo cuando el tren empezó el viaje de regreso.
Y aún ahora, a veces, me ronronea el alma, acariciándola.
Treinta años después...
ResponderEliminarQue lástima.
Besos.
Caramba, esas cosas existen, sí!
ResponderEliminarY mira que tener que enterarse tantos años después!
Pero siempre queda esa caricia en el ama, como vos decís, y ese secreto, ahora compartido...
Bellísimo, como todo lo que escribís, amiga!
Besitos, no, mejor MUXUTXUAK, ya que aprendíste, jejejeje!
Preciosa historia de amores imposibles...que permanecieron perennes en el tiempo.
ResponderEliminarMuy bello
Yo supongo que el Cronista está sensible por otras cosas, che. Porque si le digo lo que consiguió con esta joyita suya, no me lo va a creer. Me encanta cuando la gente te pregunta después de algo escrito que gustó si "fue verdad" Fue verdad Miralunas? No importa, no me conteste. Pero sepa que me emocionó, y mucho. Por arriba quienes me preceden se lamentan por lo que no fue. Y qué quiere que le diga, compañera. Estuvo bien que no fuera. Pero estuvo mejor que supieran ambos
ResponderEliminarlo que le pasaba al otro.
Un beso
¡Ah! la maravilla de la emoción del primer amor platónico, ese que nos alimenta de ilusión y que aun siendo inalcanzable nos es fundamental para vivir.
ResponderEliminarMuy bueno lo que trajo la lluvia
Ay, amigamia.
ResponderEliminarTengo el honor de que me hayas contado con tu preciosa voz esta historia.
Que me sigue emocionando.
Te quiero.
Miralunitas, además de la ternura que transmite esta historia, tu historia, hay algo más que no sé explicar bien, es como extrañar algo que nunca se tuvo, pero tampoco es eso, creo que tiene que ver con otra época y es actual, bueno, no lo puedo explicar ahora, quizás otro día charlando pueda hacerlo.
ResponderEliminarPor otro lado, confesarle al protagonista, lo que hemos sentido o sentimos, no importa el tiempo que haya pasado, es sanador, no puedo probarlo, lo he vivido a través de otros, lo he vivido en carne y besos.
Supongo que luego de tu confesión, Darío transitó el final del camino con una sonrisa incrustada en la vida.
Estercita
Me ha encantado. Precioso.
ResponderEliminarQue lastima que no siempre podamos tener a la persona que cuando nuestros ojos ven, el corazón late desesperadamente.
Ese corazón nunca olvida por muchos años que pasen.
Un besazo
Escribís tus historias con tanta pasión y tanta belleza como las vivís.
ResponderEliminarLeerte es tomar un jarabe con gusto rico, remedio para el desamor. Y una copita de ginebra, que estimula y sienta bien.
Abrazo, amiga
que buena historia...se me caen las lagrimas, en serio
ResponderEliminarAmores imposibles, que lindo suena eso, nos hacen sufrir pero cuanto los valoramos.
ResponderEliminar(Fuera de tema: con razón no me venis a visitar nunca, es que está mal el enlace a mi sitio, nunca se modifican las actualizaciones, publiqué mucho en los últimos 10 meses ¡sigo existiendo! jajaj).
Besos
Uy! Miralunas! Que precioso recuerdo! No tengo dudas y no me lo desmientas, si no es así, que es verdad, sos una mujer inolvidable y de verdaderas pasiones y esta historia pareciera pintarte de cuerpo entero.
ResponderEliminarMe emocionó la ternura, la simpleza.
Un placer mi amiga, un olacer!!
MAGAH
El amor no entiende de tiempos ni soledades, no comprende de edades ni de formas, es la esencia del ser, es la base de todo.
ResponderEliminarUn abarzo
Que hermosa historia, no escribo solo por dejar un comentario lo hago porque me has conmovido, porque me parece que has escrito una de esas pocas maravillas de post que se pueden encontrar en este mundo blogger.
ResponderEliminarUn gran abrazo desde Japón.