A exactamente seis meses de cuando comenzó su última tristeza, murió el señor Harkoft con un gran sentimiento de cobardía por no resistir el doloroso influjo de la primavera.
El señor Harkoft era nuestro librero. El librero de mi pequeña ciudad, digo. No recuerdo otro. Su librería era pequeña en tamaño pero inmensurable en contenido. Quedaba a cuatro cuadras de casa y a cinco de la casa de aquellos viejitos cuyos nombres he olvidado pero no a ellos cuya imagen está, por suerte, guardada en mi corazón o donde sea que el cuerpo guarde esos recuerdos.
Esto viene a cuento porque con ellos conocí las granadas; y fue cuando se me abrió la imaginación. Cualquiera que haya tenido una granada en sus manos, haya visto esa fruta desgranarse como gotas de sangre almibarada y la haya saboreado con esa explosión de magia en la boca, sabe de qué hablo.
Y en la libreria del señor Harkoft aprendí el suave aroma áspero que se desprende de los libros y que se prende adentro como otra piel. Ese hombre parco, parecido al malo de los enanos de Blanca Nieves, siempre serio en esa fresca penumbra de las librerías de verdad, me trazó los primeros senderos de la lectura.
Me los enseñó de la mejor forma, creo. Fue como si trazara caminitos en la arena y luego soplara sobre ellos. Eso me convirtió en una lectora desordenada, desprejuiciada y libre, sin otras normas que mi curiosidad y mi deseo.
Con la imaginación abierta y el aroma de los libros, es que he llegado hasta aquí, por suerte para mi vida.
Con el señor Harkoft trabajaba la señorita Elisa. Ella era una mujer pequeña y un poco regordeta, de piel luminosa y manos como mariposas -así de leves, me parecían-, que tenía la voz mas perfectamente musical que yo haya escuchado. Y una mirada oscura y vivaz siempre colgada de su patrón. No encuentro otra forma de decirlo, tal era la dependencia de aquellos ojos inocentes.
La señorita Elisa tenía allí una función imprescindible: ella leía los libros de poesía y las novelas, todos. "La ficción es suya", había sido la indicación. Su trabajo era hacer una especie de resumen o un comentario, segun le pareciera, de cada libro leído, que ella escribía con delicada letra de maestra (recuerdo perfectamente sus mayúsculas que nunca pude imitar) en un papel de hilo, inolvidable en mis dedos, con un agregado especial: al pie dibujaba florcitas; una, dos, tres... cuatro! si el libro calificaba en excelente.
La señorita Elisa era como el alma, mejor como el corazón de esa librería que parecía latir entre los libros y en alguna parte del señor Harkoft, con toda seguridad.
Él contaba con ella para casi todo, sin demasiada conciencia. Distraído por su intelectualidad y por la confianza que le inspiraba sin pensar porqué, nunca nunca sintió curiosidad por ver aquellos papeles de hilo escritos tan lindamente por la señorita Elisa, aunque todos sus clientes le hacían ponderosos comentarios sobre ellos.
Hasta que un día de otoño la señorita Elisa se durmió sin despertarse y fué cuando él tuvo esa necesidad imperiosa de besarla. Todos los que estaban allí presente, observaron azorados, atónitos, emocionados, quisquillosos o de alguna forma felices, según quien, aquel tímido aunque apasionado beso que el señor Harkoft dejó en los labios ya ausentes de la señorita Elisa.
No cerró por duelo, a ella no le hubiera gustado.
Sólo llegó, menos serio y mas triste, hasta su lugar tras el mostrador y se quedó allí un rato, nada más que para sentir su ausencia.
Después, en un impulso, buscó por buscar o porque lo había visto tantas veces en sus manos, "Los versos del Capitán" y lo abrió sin esperar nada. Lo hojeó un poco, solo por hacerlo, por memorarla, porque volviera. El señor Harkoft no sabía que sentir, ni cómo, eso era lo que le sucedía. Ah, el papel de hilo para las notas que escribia. Sonrió con cierta ironía. La hojita señalaba ese poema "...Detrás de todas me voy. Pero a ti, sin moverme, sin verte, tú distante,van mi sangre y mis besos,.." y con su delicada letra de maestra, la señorita Elisa había escrito: "Con este exquisito atorrante yo hubiera enloquecido de amor. Ay, Neruda, Neruda!" y al pie, se veían dibujadas cuatro florcitas cuyo significado no pudo entender.
Alli y entonces, el señor Harkoft sintió esa enorme y desconocida tristeza que ya no lo abandonaría y también halló una suerte de recurso para convocar la presencia de la señorita Elisa, leyendo sus comentarios.
Uno por uno fue leyendo aquellos escritos en papel de hilo descubriendo a la mujer que había tenido todo ese largo tiempo a su lado y que fue pareciéndole más sentida y mas bella, en tanto descubría su sensible inteligencia, más que en el contenido de las palabras, en el dibujo de aquellas una, dos, tres... cuatro florcitas!
Así que cuando cualquier día se dió cuenta que su traje de lana le quedaba pesado y pudo ver que el jacarandá que con él envejecía a la puerta de su librería, estaba "impúdicamente florecido para su edad" como solía decir Elisa (y pensó sólo su nombre, como en otra intimidad) al señor Harkoft la tristeza lo envolvió en silencio, embrumándole la mirada y las manos, doliéndole de forma insoportable en aquellas florcitas al pie del papel de hilo.
Y ya no pudo resistir la primavera.
Jo.
ResponderEliminarQue historia más bonita.
Me ha parecido verlos.
Que lindos.
Besos.
la belleza no se marchita
ResponderEliminarPocas veces he leído un relato tan precioso y tan profundo. Creo, Miralunas, que el Sr Harkoft era una suerte de coleccionista de historias ajenas, como todo librero, y que la Srta Elisa le posibilitó este viaje al corazón de la poesía (todos aprendimos a amar a Elisas con Neruda, no?) Y su beso no fue tardío. Ya ves que nada muere para siempre.
ResponderEliminarBeso a tiempo del esmoris
Sabor a granadas sanguíneas, áspero olor a libros, papel de hilo que florece cada vez se lee un libro. Y más que una indicación, la mayor ofrenda de amor que esta mujer pueda escuchar de un hombre:"La ficción es suya".
ResponderEliminarGracias por este exquisito relato, por despertar los sentidos dormidos,por las emociones.
Usted es hechicera de verdad.
Un beso, y un abrazo
la primavera florece en tus textos.
ResponderEliminartriste y valioso Harkoft, el que llevamosdentro.
beso,
Es una bella historia de amor. De amor a destiempo, inconexo, desfasado. Pero incorrupto también al toque de la relación, a la palabra inconveniente, a la fecha olvidada, al deseo deseñado. Amor en su estado puro, crudo, eterno.
ResponderEliminarBellísimo relato. Francamente conmovedor.
D.
cuando ando atacada de "página en blanco", vienen estas historias a sacarme los clavos de las manos.
ResponderEliminarhe leído con sonrisa sorprendida vuestros comentarios.
los abrazo como siempre, queridos míos.
Uhhh quería firmar el 100 y no anda la pag.
ResponderEliminarChequeelo
Y este es belleza en flor
Buen finde!
Qué implacable es el destiempo en el amor cuando se trata de seres tan sublimes como el señor Harkoft y la señorita Elisa.
ResponderEliminar¡Qué bien lo has contado!
Muy muy bello.
ResponderEliminarbeso
Qué preciosidad. Me siento hormiguita a tu lado. Qué historia tan bella, como mariposas de colores entre las primeras flores de vuestra primavera... escrita en papel de hilo: todo es delicado y suave; la historia de amor de manera inconsciente, el fallecemiento de ella y el beso que él le dió de despedida, la lectura de sus atinados y hermosos comentarios que ella había escrito (lo nuestros no son tan primorosos como los que escribiría ella...).
ResponderEliminaruna delicia de lectura, creo que esto ya te lo he escrito en otra ocasión...
saludos.