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Le gustaba dormirse un momento después de amarla como ella se dejaba amar, sintiendo la cabeza de ella sobre su pecho, confiada en el abrazo. Y luego abrir los ojos despaciosamente, olisqueando el perfume de su pelo, repasando suavemente la piel de sus hombros.
Entonces, ella se movía, perezosa como gata y le devolvía la caricia con un beso goloso en su mentón, sus dedos caminando por su vientre y, otra vez, le decía: “tal vez algún día te ame, comoamotu piel”. Y él se reía, como cada vez.
Esta noche ha sido idéntico el ritual.
Ella ha saltado de la cama, juguetona y desnuda como siempre. Se ha apurado hasta el baño y en un periquete aparece en el marco de la puerta con su sonrisa de siempre. Lo mira un instante. Quita la toalla de su cabello húmedo y se recuesta en la cama a mirarlo como Lucio se viste.
Mientras, él le cuenta que está ya harto de su persistente resfrío y que en la función de matineè unos japoneses han pagado doscientos dólares para quedarse dormidos en mitad del concierto.
“Y si mañana te quedas conmigo a curarte del resfrío con sopita de pollo como en las películas?”
“Los australianos de mañana no te lo perdonarían” dice él, petulante, mientras termina de atar los cordones de sus zapatos de charol y acomoda los puños de su camisa blanca, inmaculada, que aún se ve tan bien planchada.
Ella silabea con mirada envolvente: “Me encanta como te vistes, pero me ilusiona cuando te desvistes”.
Lucio dibuja con los labios un beso hacia ella, entrecierra los ojos y repite lo de siempre en un suspiro: “Sos única, querida.”, mientras piensa que le gustaría quedarse.
Y Arlenne le adivina el pensamiento: “Te creería, si te quedaras”.
Y otra vez, salta de la cama y le ayuda con el saco negro, elegantísimo. Y a punto de abrazarlo, huele con mimo su solapa y él insiste en el lóbulo de su oreja que huele suavemente a champú: “Ninguna igual.”
Los toma por asalto un abrazo cargado de besos, de ojos cerrados y bocas abiertas, de lenguas ardorosas y manos inquietas y luego ya no saben cómo hacer para que él quiera irse y ella pueda quedarse.
Así que se miran y dicen “chau”, como si nada.
Ella lo mira otra vez y Lucio le hace un guiño antes de cerrar la puerta de calle.
El hombre sale a la calle con un presagio que le ajusta el nudo de la corbata de manera incómoda: como una tristeza desmadejada, un imprevisto anuncio de otoños, indefinible.
Camina hasta el estacionamiento pensando en ella, despaciosamente y apasionadamente, como cuando le hace el amor y se siente perturbado como un chico pescado en falta.
El aviso de mensaje en su celular lo toma de sorpresa: “Quiéreme de verdad y no vuelvas. Ya no quiero mirarte la espalda.”
Se detiene sin saber qué hacer. Escucha el silencio urbano de la noche y siente una especie de miedo. La atadura de un sollozo le estruja el pecho. Se vuelve unos pasos y se detiene otra vez.
Al principio del principio se lo habían prometido: “Si a alguno le duele, puede decir adiós. Y el otro no puede insistir.”
Después de dos años, casi lo había olvidado. O, en verdad, se hacía el distraído cuando ella le avisaba: “Cuando tu espalda me haga sentir sola, te pediré que no vuelvas”.
“Y eso es ahora” se dijo en voz alta, con los labios resecos, pensando qué harían ahora con sus soledades.
Qué haría él sin ella esperándolo a la mitad de la noche, como un cobijo.
Volvió sus pasos hacia el estacionamiento. Miró la luna entre los árboles deshojados. Qué enormidad la calle y la noche. Con solo los gatos maullando de amor.
Ella ha saltado de la cama, juguetona y desnuda como siempre. Se ha apurado hasta el baño y en un periquete aparece en el marco de la puerta con su sonrisa de siempre. Lo mira un instante. Quita la toalla de su cabello húmedo y se recuesta en la cama a mirarlo como Lucio se viste.
Mientras, él le cuenta que está ya harto de su persistente resfrío y que en la función de matineè unos japoneses han pagado doscientos dólares para quedarse dormidos en mitad del concierto.
“Y si mañana te quedas conmigo a curarte del resfrío con sopita de pollo como en las películas?”
“Los australianos de mañana no te lo perdonarían” dice él, petulante, mientras termina de atar los cordones de sus zapatos de charol y acomoda los puños de su camisa blanca, inmaculada, que aún se ve tan bien planchada.
Ella silabea con mirada envolvente: “Me encanta como te vistes, pero me ilusiona cuando te desvistes”.
Lucio dibuja con los labios un beso hacia ella, entrecierra los ojos y repite lo de siempre en un suspiro: “Sos única, querida.”, mientras piensa que le gustaría quedarse.
Y Arlenne le adivina el pensamiento: “Te creería, si te quedaras”.
Y otra vez, salta de la cama y le ayuda con el saco negro, elegantísimo. Y a punto de abrazarlo, huele con mimo su solapa y él insiste en el lóbulo de su oreja que huele suavemente a champú: “Ninguna igual.”
Los toma por asalto un abrazo cargado de besos, de ojos cerrados y bocas abiertas, de lenguas ardorosas y manos inquietas y luego ya no saben cómo hacer para que él quiera irse y ella pueda quedarse.
Así que se miran y dicen “chau”, como si nada.
Ella lo mira otra vez y Lucio le hace un guiño antes de cerrar la puerta de calle.
El hombre sale a la calle con un presagio que le ajusta el nudo de la corbata de manera incómoda: como una tristeza desmadejada, un imprevisto anuncio de otoños, indefinible.
Camina hasta el estacionamiento pensando en ella, despaciosamente y apasionadamente, como cuando le hace el amor y se siente perturbado como un chico pescado en falta.
El aviso de mensaje en su celular lo toma de sorpresa: “Quiéreme de verdad y no vuelvas. Ya no quiero mirarte la espalda.”
Se detiene sin saber qué hacer. Escucha el silencio urbano de la noche y siente una especie de miedo. La atadura de un sollozo le estruja el pecho. Se vuelve unos pasos y se detiene otra vez.
Al principio del principio se lo habían prometido: “Si a alguno le duele, puede decir adiós. Y el otro no puede insistir.”
Después de dos años, casi lo había olvidado. O, en verdad, se hacía el distraído cuando ella le avisaba: “Cuando tu espalda me haga sentir sola, te pediré que no vuelvas”.
“Y eso es ahora” se dijo en voz alta, con los labios resecos, pensando qué harían ahora con sus soledades.
Qué haría él sin ella esperándolo a la mitad de la noche, como un cobijo.
Volvió sus pasos hacia el estacionamiento. Miró la luna entre los árboles deshojados. Qué enormidad la calle y la noche. Con solo los gatos maullando de amor.
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ilustración: carlos-mundogato.blogspot.com
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSi, lo elimine, es que cuando asi de Geminiana...
ResponderEliminarBesos.
:)
Hay que ver adonde va, para saber si puede volver...
ResponderEliminarUn beso
Bonito. No me quedó muy claro el conflicto.
ResponderEliminardespaciosamente y apasionadamente... quizás sonaría mejor despacio y apasionadamente.
No me odies, hoy estoy insoportable. Lo digo con cariño.
Ufff, me estremeció de arriba abajo!
ResponderEliminarPrecioso, triste,inmenso... "verle la espalda" al ser amado es muy duro, sí,muy duro!
Besitos!
Un mensaje que hiela la sangre.
ResponderEliminarY ahora qué?
Yo de él volvía.
No es fácil que te quieran tanto.
Besos.
Completo lleno del sentimiento encontrado.. triste, intenso.. me quedo leyendo tus entradas..
ResponderEliminarun gusto leerte siempre
Saludos fraternos con mucho cariño
un abrazo
Besos
Soledades de amor, me trajeron tus palabras.
ResponderEliminarPrecioso, triste, nostálgico. Me enganchó desde el principio. Felicidades.
Un besitoooo
cecy....se chocaron tus geminianas con la mìa?
ResponderEliminarjua
marcelo... un hombre que salta de su cama -la de ella- y se viste en medio de la noche.....
ResponderEliminarverdemundo...te cuento un secretito: hay historias que se me apuran en las pestañas y las yemas de los dedos y las cuento así, como vienen.... cuando me di cuenta de la cacofonía, ya era tarde!
ResponderEliminarinsoportable, te quiero igual!
edurne... y esas espaldas que se van hacia hacia otro rostro...
ResponderEliminarno, toro...no es fàcil!
ResponderEliminarana, ana! que no quiero llevarte soledades...y menos de amor!
ResponderEliminary entonces me pregunto........... deberè abrir la puerta del regreso?
ResponderEliminarTu estilo descriptivo es impresionante...atraes la imaginación del lector hasta el punto de percibir lo que escribes como si estuviera pasando por delante de los ojos en ese momento.
ResponderEliminarAunque a mí me gustan los finales felices...y ellos parecían poseerlo todo para serlo...bueno, nunca es tarde para volver sobre los pasos que los alejaron...supongo.
Besos.
"Tal vez algún día te ame"
ResponderEliminarA veces uno termina siendo esclavo de sus palabras, cuesta volver de los "adioses". (yo por eso no me despido nunca) :)
(me parece conocer esa imagen)
Un beso, bonita.
Me has dejado con un nudo en la panza... hermoso, mucho. Hasta me los puedo imaginar a los dos. Ojalá que haya una revancha, lo vale.
ResponderEliminarsaluditos
Tal vez...si la felicidad está en el camino... tal vez no entendió el mensaje del amor. Siempre hay lugar para el arrepentimiento. No significa que se acepte la vuelta. La duda trabaja más ciertamente que la certeza misma.
ResponderEliminarLindo, apasionado, dual...geminiano.
beso,
Qué enormidad la calle...y la Luna y los gatos...Todo se torna triste cuando se esconde el amor.
ResponderEliminarPrecioso, miralunas.
Te dejo un abrazo y las gracias por tu cálida compañía.