A veces, la maldita rutina me tira de la manga, me pone el pie en la nuca, me hace morder el polvo.
Me roba el tiempo sin que importe a qué hora, si llueve, si es domingo, si el silencio.
Me piratea el alma con arpones de cazar sirenas, sin pena por nada de lo que me quita; riéndose creo.
A veces, me chantajea el corazón disfrazándose de entrañable cotidianeidad, de cocina para dos, de ratitos de lectura y luego me lo cobra con la peor de las usuras.
Pero algún día de esos me detengo en el espejo y entonces, me doy cuenta de que me sangra un poco la mirada. Descubro como una transparencia grisácea en la sien, un imperceptible gesto de darme por vencida en las comisuras. En un instante lo descubro; y lanzo a mis tripas un inaudible alarido que ensordece al silencio.
Y la venzo otra vez.
Y comienzo a sentir de nuevo mi garganta, el borde de mi escote, la yema de mis dedos, el ruido de la calle, mi mirada…., en fin, la brisa de la vida.
Y vuelvo a mis pequeños recovecos donde siempre hay un río de vivir, con todos sus accidentes, con sus corrientes que van saladas y vuelven dulces, con las voces, las miradas, el gusto del pan acompañado y solo, la soledad, las letras, las palabras, sus abrazos. Mi almohada que vuelve a ser amigable y fresca.
Y entonces, soy Alicia y el Conejo, soy Catalina , soy Aleida, soy la que vende chipas, soy Josefina, soy Marta, soy Arlenne, soy la que regala chupetines en el kiosco, soy la que sabe los secretos de Tutankamon, soy Julieta enamorada de Narciso y soy esta Miralunas que miras caminar tropezando con las palabras, desnuda de sensualidad, deseosa de amores y buscadora de respuestas.
Y, por eso, puedo tener la ocurrencia de juntar piedritas y venir hasta tu ventana.
Y allí estás, con tu alma como un arcón que te alimenta la vida y el mar que has elegido, y la insistente presencia de tu ausente Reina del Plata.
Acá estás ante mis ojos, regalándome tus miradas, tus dorados senderos de letras por donde esta alma mía, tan loca y tan lúdica por suerte del destino, se regocija inacabablemente.
Vengo de leerte, fatigada de gozo.
Vengo con la certeza de renovar el asombro ante esa forma que tiene de habitarte la maravilla.
Te beso la mente, poeta y te abrazo los adentros, querido Roberto.