Los feriados largos la ponen triste, porque no puede esquivar la soledad.
Las veredas se quedan desoladas y eso no les va bien a las que trabajan en la calle. Y para más, el otoño se ha instalado ya, poniendo un vientito así como de spleen en las esquinas.
El martes fue otra noche triste: lloró un poco mientras se preparaba arroz con leche. Le dolían los pies y tenía frío. Menos mal que existe el arroz con leche; es barato y sanador. A Mecha le curaba el alma y la piel, según le había enseñado su vieja. Se sirvió un tazón y miró televisión hasta que se quedó dormida.
La despertaron las locas de al lado, gritándose como siempre. Se había dormido sin desvestirse y estaba aterida: le vino de perillas la ducha caliente y, como aún tenía unos pesitos, decidió cambiar de paisaje y desayunar en un bar.
En la calle la recibió un miércoles lloviznoso que le dio ganas de volver y meterse en la cama. Pero ella no se había vestido de "chica seria" con tanto cuidado para eso. Vió el 29 y le hizo señas. Venía con tres o cuatro pasajeros, así que se sentó y se dejó llevar mirando a Buenos Aires como si no lo conociera. Se bajó en la plaza; qué soledad con ese cielo gris, tan linda que le había parecido siempre.
Los bares de por ahí no se ajustaban a su bolsillo y comenzó a caminar por Anchorena hacia Corrientes. Había parado de llover y eso le permitió andar despacio, mirar hacia arriba, reconocer el barrio en los balcones, en las casas que ya no estaban, en las ausencias. Ni los viejos, ni el kiosco de don Pedro, ni la casa de pensión, ni su adolescencia.
"No voy a llorar otra vez. Mejor entro en ese bar. Esto debe ser hambre". Sin pensar y sin mirar, se ubicó al lado de la ventana. Cuando se quitó el piloto sintió algo extraño, un silencio imprevisto. Seis o siete hombres la miraban callados, como sorprendidos. Entonces, reconoció el lugar que siempre había visto desde afuera, sin poder entrar. "A ese lugar van solo hombres, nena. Hay miles de bares en Buenos Aires!"
Bueno, allí estaba. Los miró con simpatía y sonrió apenas. Hubo movimientos de sillas y carraspeos, pero después de ese momento, un mozo tímido, viejo como el bar, hizo como que repasaba su mesa para no mirarla.
"Buen día, señora. Qué se va a servir?"
"Café con leche y medialunas." -y cuando el hombre se retiraba apurado, Mecha levantó un poco la voz para averiguar: "Disculpe, señor; es que entré sin fijarme. Este es el Bar Roma?"
"Ah, eso me había parecido"- y volvió a sonreir, recordando, sintiéndose una piba. Sin darse cuenta que seis o siete pares de ojos, volvían a mirarla con atónita incomodidad.
Estaba sucediendo el desayuno solitario mas acompañado de su vida, cuando se acercó un hombre alto, de anteojos, un poco encorvado, pero bastante bien vestido, pudo ver en rápida mirada, largamente experimentada en sus clientes.
-Disculpe, señora. Usted no es Mecha?
-Sí. Soy Mecha y usted quién es?- preguntó con el alma en vilo, sin poder acomodar la voz.
-Soy Juan Carlos, el hijo de la dueña de la pensión. No te acordás de mí, claro. Han pasado tantos años. Me puedo sentar?
-Juan Carlos!... Claro que me acuerdo. Eras tan alto!- y se rió como se reía antes, le pareció al hombre.- Lo raro es que vos te acuerdes de mí, que me hayas reconocido. Estoy vieja, ya.- y se acomodó los anillos, mirándose en las manos el paso del tiempo- Ya no está la pensión, tampoco. Hay un edificio de departamentos, vi.
- Ah, sí. Yo vivo ahí. Te reconocí la voz, creo. Y cuando te miré mejor, reconocí tus ojos. Y la sonrisa- agregó mirándose él también en las manos el paso del tiempo- Y qué te trajo por acá, Mecha?
-LLegué sin darme cuenta, pero seguro, seguro fue la tristeza que me gana a veces. Y un poco de soledad.
Se habían ido del bar porque no dejaban de mirarlos.
Entre arrebatos de charla plagadas de anécdotas, silencios un poco melancólicos, alternar cafés con restaurante y contarse retazos de dos vidas marcadas más con adioses que con amores, les llegó el anochecer: él la invitó a su casa y ella dijo que sí.
Cuando se desnudaron, le costó más a él, porque para ella eso transcurría así nomás y ahora se sentía con la misma loca inconciencia de una adolescente.
Hicieron el amor con la torpeza de la primera vez y la pasión que renace en esos encuentros que descubren historias inconclusas. Estuvieron brillantes y brillosos; lentos y desesperados; briosos en la mirada, acuciantes en el ombligo, calmados en la entrega; convocaron en cada gesto a la esperanza.
Entremedio, a la madrugada, Mecha preparó el mejor arroz con leche de los que tuviera memoria y mientras el brebaje sanador hervía lentamente, tomaron vino que acompañaron con un poco de queso y otro poco de pan viejo tostado por Juan Carlos, que olía a gloria.
-Dice Pettinato que el olor a tostadas es olor a que alguien te quiere- dijo Juan Carlos buscándole el fondo de los ojos.
-Dice mi amiga Gabriela que el arroz con leche es matapenas- dijo Mecha dejándolo entrar hasta el fondo de sus ojos.
Al rato, en esos intervalos para la ternura que siempre tiene el buen sexo, él le preguntó como esperando una sentencia:
-Te vas a enamorar de una prostituta vieja. Pensalo mejor. Eso es lo que soy.-fue la sentencia.
-Una linda prostituta que no arregló precio conmigo.- mencionó sin alterarse- Y si el destino viene así..., ya lo pensé. Y con ese arroz con leche!
-Así de fácil se me va a ir la triste soledad?- preguntó Mecha, con ganas de llorar, pero sin miedo a llorar, esta vez.
-No. Tan fácil, no. El Bar Roma será espacio de mi exclusividad. Y tu vida también.
El amanecer anunciaba un feriado largo que no la iba a poner triste. Ni las veredas desoladas, ni el spleen de las esquinas.
En sus brazos, se durmió desnuda y sin televisión.
spleen: usado como estado de melancolía.