el amor, siempre es el amor.
Es, ya lo sé, el amor:
la ansiedad y el alivio de oír tu voz,
la
espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
El Amenazado – Jorge L. Borges
Al principio, ser guía de tu
inteligencia, apoyo de tu loca fantasía, timonel de tus velas desplegadas,
socio de tu adolescencia adolescente, fue como emprender la aventura de
aprender enseñando, aunque suene trillado. Era yo un joven docente con buena currícula
profesional y vos un estudiante versátil y díscolo al que había que amoldar a
los modos de esa Escuela de Artes.
En el comienzo, fuiste un claro
desafío que colmaba mis mejores expectativas de maestro y apoyo de tu formación
en las artes.
Y me clavé como un tutor en el
centro de tu vida: no tuve que hacer nada más que verte crecer. Fuiste bebiendo
de mí como una planta nueva y comenzaste a pegarte a mis ojos y a mis palabras,
a trepar por mi vida como una enredadera, abrazándome con tu risa, tus colores,
tus sueños, tus inquietudes sexuales. El secreto que te atormentaba y que te
ayudé a mutar en valentía buscadora de felicidad.
Te transformaste en un artista dúctil,
reinventándote en colores y formas, creciendo en un cuerpo esbelto y gracioso,
mientras yo, en el mismo centro de tu vida, iba aconteciendo en un hombre gris,
cuidando de que a tus ramas no las quebrara el viento. Se agotaba mi savia en
la cobardía de mi secreto, como en un viejo tronco seco, porque siempre fuiste
vos y no otro.
Cuando me contaste que te habías
enamorado de Juan, que te ibas con él, mi corazón salió de mí para vivir a tu
vera, Javier. Una espada de dolor atravesó mi cuerpo, ya liberado, preso para
lo sucesivo, cuando después del largo abrazo, tu alma agradecida me miró en tus
ojos.
-Es el amor, querido Maestro.
Amigo querido!...
-Siempre es el amor, Javier –
contesté, ya sin mí.
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