ella es así.
anda siempre organizando la vida, inventando sonrisas, hablando en voz alta, haciéndose la fuerte, olvidándose de ella para no tener miedo, ahora no.
ahora tiene que estar con su hija que se casa el sábado; tiene que ayudarla a elegir el vestido, ver qué flores le adornarán el pelo y cuáles le aromarán las manos. acompañarla a soñar.
ni siquiera se permite pensar demasiado en eso. ni sentir dolor. casi.
cuando su padre decidió morir hace apenas unos días, después de la parálisis, la rabia, el llanto convulsivo, ella lo perdonó de pronto. decidió que eso de "irse" había sido un acto generoso para con ella, y siguió organizando la vida.
eligió para la boda un bello vestido azul con el que estaba preciosa.
se la veía radiante, linda. "y feliz", pensé mirándola, admirándola.
y luego en la fiesta todo fue sentir la felicidad de su hija. y bailar. bailar como si todo fuera esa tibia felicidad.
ahora la casa está en silencio. y ella tiene miedo de llorar. no quiere llorar. no quiere pensar. ni sentir. en unos días será la intervención. ese intruso que se metió en su vida, tiene que irse. se arregla el pelo, vuelve a pensar en el color con que pintará la pared de la sala; en el tapizado del sofá.
entonces, piensa, desea, necesita estar sana. saberse dueña de ella, verdaderamente.
y sentirse lista para volver a amar.
mas verbos de vida en lo de Alfredo, claro.