
Le había gustado aquella invitación.
Había sido del todo diferente a ir de copas o a bailar.
Escuchar música en un Club de Jazz, un lugar de reunión privado.
Era aquel un espacio muy acogedor, techos bajos, clima intimista. Un poco masculino pero bello. Rojos en las telas; seda en los cortinados y pana en los tapizados. Muebles de madera oscura, luces doradas y blanquecinas, tintineantes.
Tenía aquel ambiente claroscuros que le prestaron a aquella música un marco especial, como especial había sido el artista.
Se sonrió para sí misma. Sí que era del todo diferente esta noche.
Porque al concierto del Club de Jazz, le había seguido el convite para unas copas en este lugar tan ajeno y como fuera de las reglas.
Miró alrededor y la asaltó una sensación extraña; todo era nuevo para ella.
Su amiga la había dejado sola con su copa de vino y ella comenzaba a sentirse un poco inquieta, cuando vió que con un grupo de amigos, había llegado el artista.
Lo habían invitado a brindar por su concierto. Eso estaba bien, se sintió relajado y contento.
Tomó su copa, dedicó algunos comentarios y se alejó un poco del grupo.
Aquello le había parecido fascinante apenas entró. Y quería recorrerlo despacio.
-Ahora sí que vamos a un lugar muy privado y muy ilegal- le había anunciado su anfitrión. Y no había exagerado.
Era el segundo piso de uno de esos edificios de departamentos antiguos y señoriales, por lo que era insospechable la existencia de este espacio alumbrado con luces bajísimas y velas; adornado con muchos espejos, maderas labradas, muebles de estilo.
Bebió un poco de cava y pensó en filibusteros y mercancías. Ciertamente, se dijo con una mueca de sonrisa, había allí un aroma a clandestinidad, como a perdición, que le encantaba.
En su recorrida vio que aquel piso tenia unos cuantos cuartos, como recovecos de neblinosa privacidad, con el reflejo de la velas multiplicado en los espejos, lo que ponía un curioso resplandor en las miradas.
Había mucha gente que se movía despaciosa y susurrante, eso también le gustó. Ese pesado ambiente de complicidad.
Volvió al espacio mas amplio, donde estaba la barra y, cuando se dirigía a buscar otra copa, la vio.
Estaba a un lado, sola, sentada en unos de esos bancos de madera tallada un poco largos.
Más que ella, le llamaron la atención sus piernas. Las tenía apoyada una sobre otra en forma muy sinuosa y su pollera negra de una tela que caía suavemente, como un cortinado refinado (pensó en eso, exactamente) era un marco espléndido.
Eran unas bellas piernas redondeadas de piel muy blanca que parecían resplandecer sobre la opacidad de la luz.
Se acercó a ella atraído por el tono nacarado de su piel que hacía tan notorio el recorte de sus piernas. Cuando se cruzaron sus miradas, una imperceptible señal de sus ojos, despertó en ella la complicidad de una sonrisa y le hizo lugar a su lado.
Mientras él sentía a su costado la firme tibieza de su pierna, ella le pestañeó el suave comentario: “Vaya qué honor! Nada menos que el artista argentino!”
Adrián sintió una amigable excitación ante aquella bienvenida. “Has estado ahí…, y
te ha gustado?” “Muchísimo!... diferente y especial, como el artista.” Lo dijo con naturalidad, así como aceptó que él tocara un poco sus piernas, haciendo lugar para que pasara el mesero Había mucha gente y poco espacio, por suerte para él.
Iban a iniciar alguna charla, cuando vino la muchacha que tomaba fotografías a mostrarle algunas tomas y escuchar su opinión, pues allí harían con él una sesión de fotos para la prensa. Traía una cámara no convencional, profesional, enorme, y la pantalla los iluminaba con tonos anaranjados y rojizos, que le sumaba encanto a esa española que marcaba las palabras con un acento muy pronunciado que le acariciaba el nacimiento de la barba. Conversaron entonces, un poco de fotografía y luego de música; hablaron suave, ella ponderó su actuación y él habló de lo bien que lo había pasado en ese Club, con un público tan cálido y receptor. Y luego de la voz de Janelle Monae, que se escuchaba en ese momento y que hacía todo más sensual, más erótico.
Entonces, ella movió sus preciosas piernas en un movimiento como de enroque, enormemente seductora y él las miró otra vez, alucinado. “Sos una mujer muy, muy linda”, le dijo silabeando mientras observaba la reacción de ella, “me erotizan tus bordes redondeados”, lanzó con rebuscada torpeza. Ella se rió blandamente. Estaban muy juntos y la mano de Adrián se distraía en el regazo de ella, que de tanto en tanto movía sus piernas para permitir el paso. Hablaron de Madrid y otra vez de música, como esperando. Se miraban como esperando tambiçen, en un momento de aislada intimidad. Ella pendiente de su voz que le cosquilleaba entre el pelo, él pendiente del leve movimiento de sus piernas que sostenían apenas la yema de sus dedos.
Jugaron a seducirse un largo rato, ajenos de todo aquello. Hasta que Adrián tuvo que irse a la ahora maldita sesión de fotos y allí se demoró un poco mas de la cuenta. Cuando volvió a buscarla, ella ya no estaba donde la habia dejado. La divisó cerca de la puerta, yéndose. Intentó llamarla con una mirada intensa como la intensidad que ella le despertaba, pero ella le tiró un beso prometedor sabiendo que nada se cumpliría y se fue, como se van esas mujeres solas que conocen el vuelo del pájaro que no hará nido en su ventana.
El quedó allí, mirando su ausencia, como se quedan los cazadores que pierden la presa sólo para que siga siendo una presa y despertando esa intensa sensación que lo acompañó un larguísimo rato, con la memoria de esas piernas que le picaban en la palma de la mano.