Ay, Karina! Como verás, he leído tu carta sin que pueda apartar mi pensamiento de ella desde ese momento. En principio, porque creí que esa historia estaba cerrada y, luego,porque no sé que pensar, o sentir, con tus palabras. Que me sientas tu amiga ya es curioso,pero… tu compañera de la vida? Cuál podría ser la remota razón que nos hiciera compañeras de la vida? Mi encuentro con Alejandro fue del todo fortuito y aunque alguna vez creímos que sí, siempre supe que nuestra relación no iba a ser una larga historia, por lo que separarme de él me produjo mas melancolía que dolor.
Habíamos compuesto una buena pareja de cómplices: por dos razones diferentes fuimos guardadores de tu nombre y de tu ausencia. Y en tanto, nos fue naciendo una amistad extraña que cuando hacíamos el amor se parecía bastante al amor.
Es verdad, ese hombre fue redescubriendo los juegos y la ternura, los besos porque sí, la calidez de los abrazos, la risa compartida; y caminar Buenos Aires de mi mano a cualquier hora, con cualquier rumbo. Pero entonces la nostalgia le aturdía la mirada y yo me enojaba sin poder evitar la fuerte presencia de tu ausencia. Por lo cual, nunca me permití enamorarme de él, como hay que enamorarse; como yo me enamoro: con todo y todo.
Es verdad también, que la confidencia que callábamos nos fue acercando a una intimidad sin prejuicios que se parecía a un puente que creímos indestructible, y la idea de que volvieras, la esperanza que tenía de vos, se esmerilaron por algún tiempo.
Hasta aquella noche que Alejandro no me habló para decirme hasta mañana, ni atendió mi llamado. O peor, la mañana siguiente en que me dió la noticia con la mirada mas extraña que yo haya mirado: “Vino a buscarme”. Y me abrazó con un sollozo de alivio porque el amor te había regresado y un sollozo de pena porque iba a dejarme.
Cuando él me dijo que querías conocerme yo pensé en que estaría bien que te enfrentaras con mi cuerpo robusto, mi edad, mi forma de vestirme, para que supieras con quién Alejandro había calmado los ardores de tu abandono. Pero enseguida sentí que eso no significaba nada. Alejandro se iría con vos, sin chances para mi: el destino era París. Y solo celebré no haber alimentado el amor.
Y ahora celebro que él no me haya olvidado y más aún, que vos lo sientas así.
Apenas me duelo de pensar que no le alcances, porque sé lo que has significado en su vida. Así que ni me pidas disculpas, ni me dés las gracias.
Y no. No quiero conocerte ni que me conozcas.
Saludos
Silvia