La cita
Otra vez la estación es el punto de encuentro. Ligeros de equipaje, venimos de ciudades lejanas en el mapa. Mas qué importa la distancia, si los trenes nos unen sin contar los kilómetros. El taxi hasta el hotel acelera latidos. Concretamos la cita en una habitación recién abandonada por otros amantes furtivos que olvidaron un grillo dorado junto a la caja vacía de Dúrex, dos billetes de Air France con fechas caducadas y el olor del amor recién diseminado.
Pero el mar está allí, esperando la luna, con su oleaje cómplice en la pleamar nocturna, mientras suena en el bar un piano sugerente. Hasta la habitación fluye la melodía, como un eco lejano. La tamizada luz penetra en la penumbra de una noche incipiente, de estrellas presentidas que acucian el deseo mientras nos desvestimos. Dibujo con mis dedos en tu espalda desnuda palabras nerudianas con la lenta destreza con que Eric Clapton mima su Blackie Stratocaster. Y tú adivinas siempre mis mensajes cifrados que recorren tus venas con un clamor de fuego. La noche nos ofrece los frutos que la sangre riega en nuestros sentidos y apuramos sus jugos con la sed del desierto.
Las olas del Atlántico rompen contra las sábanas y nos despierta el sol.