Nos cruzamos una tarde de chat, hace cinco inviernos.
Seguro era domingo, porque recuerdo que las palmas de mis manos estaban frìas y mi alma como arrugadita. Y tus letras eran como amarillas y se te reían las palabras. Recuerdo que tenías un piropo para cada nombre de mujer que encontraste en la lista y que algunos de esos nombres se enojaron con tu grandilocuencia: quién eras así de atrevido, que a todas llamabas "preciosa", "mi linda", "mi ensueño"?.
Yo, tan loca, me quedé colgada de tu jueguito de seducción, de tu carcajada escrita, de tu osada invitación: "Nadie viene conmigo a bailar? Soy un colombiano perdido en Buenos Aires!"Yo me reía, en casa, frente a la PC, tecleándote chistecitos que te distraían de tus piropos.
No fuimos a bailar, pero cuando te animaste a conocerme ("chica, que me inquietas! pareces mas loca que yo!") iniciamos un dulce romance leve y breve, que guardo en un bolsillo de mi memoria, junto a nuestras risas.
Caminar con vos era una aventura; conversar con vos, un recreo despues de la clase de matemáticas; reirnos, una golosina robada.Tenías una forma de decirme "linda" de tantos modos y con tanta gracia, que era facilísimo de creer. Siempre fui linda a tu lado.
Y luego esa manera de hacerme reir: "Jairo, no me hagas reir asi, que será imposible olvidarte!"
"Inolvido por inolvido", sentenciabas; y me abrazabas como si te despidieras.
Hasta que, un día (que llegó tan ràpido, tan de puntillas), antes mismo que el pájaro azul de la esperanza se posara en mi hombro, me abrazaste despidiéndote, yéndote antes de decirme adiós, sin explicaciones, sin tiempo para lágrimas.
"Chao, preciosa! No te olvidaré! Y prometo que el próximo abrazo será en Cartagena!"
Cerré la puerta, con el corazón anudado de rabia y de lejanías.
No nos hemos olvidado. Yo me sonrío cuando escucho en Buenos Aires un tonito colombiano. Vos me enviás esos mails que se envían a mucha gente y solo de vez en vez, leo un mensaje que es solo para mi: "Para que veas! Que no te olvido, preciosa. Y aun nos queda Cartagena" Siempre las mismas palabras.
Y ahora que el ensueño del amor ha dejado de ser ensueño, el ensueño es Cartagena. Ahora que camino y converso con él y sus abrazos siempre son como encuentros; y nos reímos como niños y nos amamos de esta manera, sin reglas y sin tiempo, Cartagena es un suspiro en los límites del sueño.
Ay, Cartagena! Ay...!