martes, 28 de diciembre de 2010

que la inocencia os valga!

                                                                                                                     a Menardez
Recién cuando descendió del tren, tomó conciencia de todo lo que iba a suceder. El primer aviso fue una foto de él en fotocopia ampliada y pegada en varios lugares: "Falta de su hogar desde el 23 de diciembre..., etc., etc." Vaya foto desarrapada habían elegido. "Ese viejo barbudo de mirada desgraciada..., era yo?", se preguntó moviendo la cabeza, mientras miraba sus zapatos recién lustrados, la raya del pantalón, su camisa impecable.
-Epa, Fermín, que pintusa! Si la farra te pone así, mañana me pierdo yo!- le gritó entre risas Miguel, su vecino remisero. Ése fue el segundo aviso. Miró el asfalto espejado de calor y se dirigió a paso firme hacia su casa.

Se había tomado el tren en confusa huida de su vida. Y después de comer una porción de pizza enfrente de la estación, se tomó el 39, que sabía que lo llevaría al centro. Se sentó en el asiento que le cedió una mujer con mirada de preocupación y ahí se adormiló un poco.
Cuando abrió de nuevo los ojos, justo pasaban por un lugar conocido y se bajó con la agilidad de un muchacho. Y caminó hasta la plaza con una sensación rara; como de estar volviendo. Se sentó en un banco, a la sombra. Y se quedó ahí, mirando todo, sin pensar en nada. "Ay! me olvidé de la pastilla, Adela me va a matar!" Adela es su hija, que vive en su casa -la de él- con su marido y sus dos hijos, porque han decidido que ya no puede vivir solo, que siempre se olvida de tomar los remedios.

Lo sorprendió esa mujer allí, en el mismo banco. No la había visto llegar. "Disculpe", le dijo con una sonrisa de labios recién pintados, "es que ya no quedan bancos a la sombra y con este calor...!" Y sonrió.
Fermín sintió que se ruborizaba y sólo dijo: "Sí; terrible el calor".
-Por suerte tenemos esta plaza, no? En mi casa no hace calor, pero hay mucha soledad. Y se me da por andar en camisón y chancletas, sabe? Y mi mamá me enseñó a tenerles miedo. Decía que envejecen y enloquecen. Y yo no quiero ser una vieja loca.- y esta vez, se rió.
Entonces, cuando se repuso del embeleso de escucharla, de mirarle los ojos con ese brillo, le dijo eso otro: "Qué risa suave tiene!"
-Usted no se ríe?
Él pensó un momento.
-Es que yo no tengo esta plaza. Y en mi casa hace calor. Es que somos muchos. Y además, esas pastillas me hacen andar en piyama y chancletas. Hoy me vestí así, porque salí... a... hacer unos trámites- tartamudeó, pensando que ya ni sabía hacer trámites- pero reirme? No, hace mucho que no me río.
"Y cómo se le nota!", pensó ella mientras le sonreía otra vez.
-Me llamo Marta. Y usted? Porque si vamos a compartir el banco de la plaza...- y ahí estaba de nuevo su risa.
Él volvió a sentir esa sensación como de regreso.
-Fermín- dijo estirando las piernas. Luego, se cruzó de brazos y con aquella mirada de costado que tanto le gustaba a su Azucena, preguntó- Y cómo es que está tan sola, con esas manos tan lindas?
Y volvió a ruborizarse como un imberbe, cuando ella se miró las manos sorprendida y luego lo miró como desde atrás de la mirada. 
-La vida, nomás... Soy hija única y papá se murió muy pronto, así que me quedé con mamá, que como no usaba camisón ni chancletas, se murió muy viejita..., y cuando pude pensar en mí...

Cuando sintieron el sol sobre sus cabezas, Marta dijo que ese calor ya no era bueno para gente como ellos y que si no lo tomaba a mal, lo invitaba a su casa a almorzar y a seguir charlando.
Fermín intentó una excusa, eran dos desconocidos, ¿eso no le producía desconfianza? Y ella, riéndose como se reía, le contestó que nunca desconfiaba de nadie cuando la Navidad estaba tan cerca.
Y tomados del brazo, caminaron dos cuadras hasta la bella sombra de la calle Honduras, donde ella vivía con un perro de varias razas que los recibió en el zaguán. 
Prepararon juntos el almuerzo y la mesa, como si eso fuera de siempre.
Luego, con acierto de adivina, pensó que ese hombre no tenía dónde volver y le ofreció su antiguo cuarto para dormir una siesta. Y Fermín durmió una espléndida siesta sin pensar en nada más que en él.
Cuando se despertó, ella tomaba mate en el pequeño patio y regaba las plantas. 
Y él, encontró al lado de su cama, su ropa limpia y planchada, junto a un par de zapatos lustrosos que no parecían los suyos.
-Buenas tardes- dijo, sin saber qué decir, y agregó con un poco de vergüenza- algún hada madrina se ocupó de mi ropa. Muchas gracias.
-Sencilla ecuación- explicó Marta, mirándolo de reojo- Usted no tiene quien lo quiera y yo no tengo a quién querer.

Seguramente porque se habían encontrado sin buscarse y porque ya no tenían tiempo para casi nada, después de confesarse que ella no elegía bien los amores y que él no había amado bien a Azucena, dormir juntos fue natural y necesario.
El sueño los encontró sin camisón y sin piyama, después de tímidas caricias y algunos besos que fueron mejorando en la repetición y en la recuperada risa de Fermín, burlándose de sí mismo.
La mañana del 24 de diciembre, él no hablaba de irse y ella no quería que se fuera. Así que desempolvaron el arbolito que hacía años que no se armaba y lo pusieron precioso, con lucecitas y todo, al lado de la ventana. Con unos pesos de su jubilación que había sacado de la lata que Adela escondía atrás del tarro de la yerba, él compró un collarcito a unos artesanos en la plaza y  utensillos para afeitarse en la farmacia de la esquina. Ella se ausentó un ratito y volvió con calzoncillos y medias envueltos para regalo, enigmática como una niña. 
Esa noche brindaron con sidra bien helada, comieron pollo y pan dulce, se entregaron los regalos e hicieron el amor despaciosos y diestros, mágicos de hallazgos.
En la plaza, ella le presentó a sus amigos y él le fue contando de como iba muriéndose de tristeza y pastillas, antes de encontrarla.
Y comenzó a vivirlos la vida; por tanto, cuando Fermín esta mañana muy temprano tomó el 39 y luego el tren de regreso a su casa, sabía perfectamente cuál era el trámite que ahora debía realizar.

Cuando lo vieron llegar, en vez de saludarlo, sus nietos entraron a la casa y al ratito, salían apurados Adela y su marido:
-Papá, de dónde venís? Adónde te habías metido? No tomaste las pastillas en todos estos días! Sabés lo que nos hiciste pasar? Vos fuiste el que sacaste plata de la cajita de lata?
Fermín pensó en Marta: "Usted no tiene quien lo quiera". Nadie intentó abrazarlo, nadie se dio cuenta de su aspecto, nadie vio su sonrisa incontenible.
Entonces, Fermín se sorprendió un poco de su idea y dijo, riéndose:
- Que la inocencia les valga!- y luego, con inédita sonrisa y recuperada firmeza en la voz, contestó todas las preguntas.
- Vengo de ser feliz. Estuve en el paraíso, así que no vuelvan a preocuparse por mí. No importan las pastillas, no volveré a tomarlas. Y, Adelita querida, la plata de esa cajita es mía, no? Contestadas todas las preguntas, una aclaración: no volveré a usar piyama y chancletas. Ahora, si me permiten, voy a entrar en mi casa, a hacerme cargo de mi vida. Van a tener que acostumbrarse.


imagen: la flor de la vida- Y.Tachibana


13 comentarios:

  1. mientras escribía este cuento, que me tomó por asalto, pensaba en mi padre, que tuvo quienes lo amaran y a las que supo amar, por suerte. y en los padres de marcelo y malena, a loa que siempre quiero conocer, y en el padre de cristina, claro.
    pero se lo dedico a Menardez.

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  2. Antes se respetaba a los ancianos.
    Se valoraba su madurez y sabiduría.
    Ahora estorban.
    Y se les almacena en cualquier sitio.

    El cuento es una delicia.

    Besos.

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  3. La verdad me encanto es un cuento tan real , tantas soledades dando vuelta y a la vez una esperanza , hermoso .
    UN ABRAZO FELIZ AÑO NUEVO

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  4. Claro, Uno hubiese querido que se quedara para siempre con Marta, pero este Pedro Menardez de Borges (dueño de la calle Honduras), siempre dice "No hay un instante que no pueda ser el cráter del Infierno
    No hay un instante que no pueda ser el agua del Paraíso" y por ahí tiene razón ¡que manía esta de querer estirar los instantes hermosos como chiclets!
    Un abrazón, Miralunas, con todo el cariño de tu amigo esmoris

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  5. ¿Para cuándo el amor?
    Ese de la calle Honduras
    El que vence al olvido
    Y deja el alma
    al revés

    ¡Pobre poeta sin amor!
    Tal vez cruzando aquella esquina
    Se rinda frente a ti
    la suerte esquiva
    por una vez

    A Ud. Fermín la suerte no le fue esquiva, por una vez. Y acuérdese que el partido es largo y se puede definir en la última mano y con la última carta, como le pasó a Ud.

    Un fuerte abrazo y a tomarse otra sidrita justo el 31
    Pedro Menárdez

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  6. Una ternura de historia!!! Quedé prendida, prendada y continuandola imaginariamente en esta nueva vida de dos seres que parecía que ya no esperaban nada... Preciosa!

    Que sea un año de muchas pequeñas y tiernas sorpresas!!!

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  7. Uy, me emocioné. Pero mucho, eh.

    A lo mejor porque la historia de mi padre es inversa, pero parecida: él no se quiere sacar las chancletas y el piyama y nosotros le pedimos que se vuelva a enamorar de la vida.
    Y yo ando llenando la casa y el blog de historias de cuando mi papá era joven y hermoso para ver si se encuentra.

    A él le encantaría conocerte. Siempre fue amigo de los que saben contar cuentos con magia, como vos.

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  8. Qué bueno, miralunas, vaya manera de contar, he seguido palabra por palabra y en cada línea "la resurrección o el amor por fin un buen día", te aplaudo con el corazón esta maravilla de relato.

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  9. "Vengo de ser feliz"
    Me ha encantado esa frase.
    Nunca es tarde para encontrar esa felicidad.
    Precios relato, precioso.

    Un gran beso y FELIZ AÑO NUEVO

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  10. Sentir ese estar bien no tiene precio, la felicidad se aprecia en cada aliento. Pura esperanza.
    Hermoso relato para mirar con una sonrisa el horizonte del nuevo año.

    Un abrazo.

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  11. el azul dominante. es verdad; casi siempre es dominante el azul. cuál será el significado?

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