esa lluvia
Se despertó como si
no hubiera dormido. Fue hasta el espejo y se miró como en el último tiempo, con
enojo y sin piedad. Ahí estaban ellos otra vez, los de la mirada desolada. Y
aquellos surcos que le fue poniendo la tristeza a los lados de su boca. Su
pobre boca con tanto y tanto tiempo sin esos besos con cosquillas en el centro
de la espalda, tan distantes de la soledad. Volvía, eso sí, a reencontrarse
poco a poco con su cuerpo. Se quedó parada ante sí misma, en suspenso. Y
envolviéndola, su alma; su alma loca amotinada en la barricada de la juventud
que se negaba a abandonar.
Esta mañana estaba
asustada, además. Aunque la cita era para el anochecer, toda aquella osadía con
la que había provocado aquel encuentro, había desaparecido. Miró por la ventana
un cielo gris de verano, de ésos que siempre anuncian lluvias intempestivas.
Iba a ser un largo día.
Fue pasando el
tiempo como ella pasaba los problemas sin solución, haciéndose firmemente la
distraída. Realizó las tareas que menos le gustaban y luego hasta canturreó
regando las plantas de su balcón, a las que nunca mojaban las lluvias. A las
cuatro comenzó a lloviznar y ella leyó un rato a Hemingway, sólo para
acostumbrarse a la idea de Raúl. Eso fue un error: aquello sobre el infinito
poder de la sensualidad y el destructivo poder del desaliño que este hombre le
adjudicaba al escritor, engancharon su autoestima en un alambre de púas. Para las
seis había dejado de llover.
En el taxi que la
llevaba a la cita decidió tres cosas: confiar en su perfume, en ese toque de
rimmel y en su pintalabios; reemplazar aquel temor a la realidad, por simpática
desfachatez y no olvidar que, al cabo, los dos eran gente mayor. Ya no había
inquietudes de relojes a destiempo, pensó con alivio.
Y entonces, un
repentino chaparrón la empapó sin poderlo evitar, en la corta distancia desde el
automóvil a la entrada del Bar. Aprovechó la risa que le provocó mirarse en el
vidrio de la puerta e ingresó buscando a Raúl que se puso de pie, nervioso,
apenas reconocerla, tratando de disimular el disgusto que le causaba lo que
había hecho la lluvia con ella.
Ella se acercó como
él no lo esperaba, tocó apenas su prolija barba y besándolo casi en la
comisura, le susurró: “Si piensas que este desaliño ha destruido mi
sensualidad, te pierdes todas mis malas intenciones!”.
Y él reaccionó como
ella lo deseaba. Dejó un billete sobre la mesa y la tomó del brazo llevándola
de salida: “Si es así, no desaprovechemos la lluvia.”
Largo mastarde
después, cuando ya habían hecho el amor sin inhibiciones ni precauciones, casi
del mismo modo que lo habían imaginado, fantaseado, deseado, en aquellos largos
mensajes por internet, antes de esta lluvia que los desaliñó a los dos y les
recreó la sensualidad, se miraron sonrientes, reconociéndose, todavía desconocidos,
todavía un poco asombrados de ellos mismos.
Y desearon otra
lluvia como ésa, para cada encuentro como ése.
Un gran encuentro donde la lluvia se convirtió en su principal aliada, para devolver la sensualidad a la naturalidad.
ResponderEliminarUn abrazo
...es la eterna mezcla de lo que buscamos y rara vez encontramos, de los sueños y esperanzas de aquellas situaciones que están en nuestra mente y que con una brillantez de escritora nos trae el presente que sí deseamos... será?
ResponderEliminarAsí, la lluvia arregla mejor que los artificios de la industria cosmética. Al menos a mí me gusta más. Creo que además el desaliño le arregló el ánimo y la decisión.
ResponderEliminarMuy bonita historia.
Besos.
Precioso encuentro , y la lluvia de testigo ,es maravilloso como unas gotas nos hacen perder el glamur que tanto nos ha costado delante del espejo pero eso no quita el toque de sensualidad que unos pelos alborotados o empapados nos da.
ResponderEliminarUn abrazo .
Que bien que la lluvia no estropeó encuentro, incluso tal vez lo incentivó.
ResponderEliminarSaludos.
Hola, Miralunas
ResponderEliminarQue romantico y tentador relato. Me gusta la fortaleza y decisión de enfrentar la circunstancia de tu protagonista. Un final arrollador y sorprendente.
Saluditos
La edad es lo que tiene, aparta todo artificio y deja solo lo auténtico, alguna ventaja tenia que tener digo yo... ayyyy! pero que romántico. Que venga por aquí esa lluvia que el cielo hoy parece que va a rebentar, pero nada, ni una gota, solo viento y nubes.
ResponderEliminarBesos.
Él la trata como a una princesa.
ResponderEliminarUna princesa para la que no pasa el tiempo.
Una princesa que vive y trabaja con ojos románticos.
Besos.
Es que la autenticidad de que te moje la lluvia no es superada por ningun artificio, no me extrańa que Raul cayera rendido a sus encantos. Un relato precioso y romantico, besos.
ResponderEliminarBuen relato. La edad nos ayuda a perder miedos y a buscar la naturalidad sobre los artificios. Me ha encantado.
ResponderEliminarUn beso.
Desnudarse de artificios y darse...me encantó la cita.
ResponderEliminarUn besazo
No veo mi comentario, pero bueno en este caso la lluvia no se portó mal del todo.
ResponderEliminarEscribes de maravilla.